Recogió las piernas sobre la cama, pegando las rodillas a su pecho para rodearlas con los brazos, y así apoyar la barbilla en estas. La brisa entraba suavemente por la ventana, aquellos días de calor la desesperaban, y a pesar de solamente llevar una camiseta grande para dormir, estaba acalorada.
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Poco a poco, se había hecho de noche, con aquella exasperarte lentitud con la que pasaban los días sin él. Estaba sentada en la cama, mirando la ventana como si anhelara que por arte de magia se materializara frente a ella, y se escaparan de allí juntos, como en los cuentos de hadas. Pero aquello era la vida real, y sabía que aquello no iba a suceder. A pesar de que esta estaba abierta de par en par, ni una brisa entraba por ella, las noches eran cada vez más calurosas, y ella cada vez las soportaba menos. Miró el reloj sobre la mesilla de noche, las 2 y media de la mañana, y ella seguía allí, sin poder dormir, pensando en él. Quien sabe si fue por un delirio del cansancio, o cosa de la noche, pero aquello acudió a su mente como una instantánea revelación, y no se lo pensó dos veces. Sin atreverse a hacer el más mínimo ruido, se vistió con lo primero que encontró en el armario, y salió de la habitación, intentando ser tan silenciosa como el viento manso de aquella noche. Después de cruzar la habitación de sus padres como un felino, bajó las escaleras, y salió a la calle, donde, nada más salir, respiró aunque solo fueran aquellos segundos de bendita libertad.